domingo, 29 de junio de 2014

El misterio del enólogo desaparecido (1ª Parte)

Fede "Koothrappali"


—Sí, claro que se de quien me estás hablando, del doble de Raj Koothrappali, el astrofísico de Big Bang pero en versión española, igual de rarito, con el mismo mutismo selectivo con las mujeres y con la misma desorientación sexual, contestó Tina a las explicaciones de Fernando sobre el enólogo que había desaparecido. Lo conocí como a ti, mientras hacíamos el máster, pero era muy tímido, se centraba sólo en los estudios y no salía con nosotros. Después nunca hemos trabajado cerca, así que no nos hemos tratado mucho.

Fernando, el amigo de Tina, trabaja también de asesor de viñedos, sobre todo en la Mancha, aunque hace incursiones en algunos de otras zonas, y tiene relación de trabajo con el mismo tipo de gente: enólogos, proveedores de fitosanitarios, toneleros, corcheros... En fin, con los múltiples oficios que intervienen para que el racimo llegue en forma de vino a una copa. Tan inquieto y tan apasionado por su trabajo como Tina, viaja mucho y dedica gran parte de su tiempo libre a visitar viñedos y bodegas de España y del mundo. Y según Verónica y otras opiniones autorizadas, está buenísimo. Tiene ese toque de chulería simpática del madrileño castizo, siempre ligando y tirando los tejos a las que tiene alrededor, como si lo necesitara para mantenerse en forma, como un deporte.

Fernando había contado a Tina el caso de Fede, un enólogo al que conocían ambos y que, después de llevar años trabajando para la misma bodega, se había despedido con una nota hacía un par de meses y ni familia, ni amigos habían vuelto a tener noticias suyas. Realmente Fernando había retado a Tina para que resolviera el misterio y, de paso, tuviera que volver a estar más en contacto con sus compañeros de estudios y con él



E2. Calor

Tina llegó a casa por la tarde deseando sentir el agua fría de la ducha arrastrando el calor y el polvo que llevaba pegado al cuerpo y que le daba a su pelo un tono amarillento, el del azufre que estos días impregnaba el aire de las viñas.

Calor. De repente había subido la temperatura y a última hora de la tarde se habían desencadenado un par de tormentas que, afortunadamente se quedaron lejos y de las que solo llegó el cambio de color en el cielo y el reflejo lejano de los rayos.

Calor. Después de unos meses de calma, de estar sin inquietudes ni problemas personales, sin amores ni celos, el termómetro de sus sentimientos estaba subiendo como si lo hubiera puesto sobre ascuas.

Después de ducharse se puso un pantalón corto y una camiseta, se sirvió una copa de verdejo, puso la botella en una cubitera y salió a sentarse a la terraza para dejar que el Duero le refrescara la vista y el alma.

Tina pensó que lo que tenía que hacer podía esperar. Necesitaba ese momento de sosiego, de placer, de sentir deslizarse el vino por la garganta mientras dejaba la mente en blanco mirando el río.

Adoraba las vistas de su piso en Zamora. Se sentía ya bautizada por el Padre Duero y los versos de esta ciudad de poetas.

Entonces sonó el teléfono.


E3 Se espera que sigan subiendo las temperaturas

Desde que sonó el teléfono sabía que era él. Quería que fuera él. No había llamado, ni siquiera había mandado un mensaje desde que se fue. Claro que ella tampoco. Era una situación un poco absurda porque no había cambiado nada entre ellos y sin embargo ya nada era lo mismo. Durante estos días que llevaban sin verse no había dejado de sentir la desazón de su ausencia.

La mano le temblaba ligeramente al coger el teléfono y un rápido escalofrío recorrió su espalda a pesar del calor en el momento que oyó su voz.

Después de una hora hablando con él no podía recordar con precisión lo que se habían dicho, debían haber hablado de su viaje a Burdeos, del trabajo, del tiempo, de lo que había hecho durante el pasado fin de semana y también que le había resumido lo que sabía del caso del enólogo desaparecido y cuales eran los primeros pasos que pensaba dar para resolverlo. Le había dicho que iría unos días a Madrid en cuanto pudiera.

Recordaba en cambio con toda precisión el tono de su voz, su pausas, sus cambios de inflexión y como sentía arder el teléfono en sus manos. Tuvo que refrescar su boca con un sorbo de la copa de verdejo y mojarse la nuca con el agua helada de la cubitera.

—Hace mucho calor y se prevé que sigan subiendo las temperaturas durante el fin de semana —dijo Tina. Tendré que ir a la bodega el sábado por la mañana para ayudar con la visita de unos viticultores del norte de Portugal que vienen a conocer la viña. La verdad es que no tengo muchos planes, probablemente me quede en casa descansando y poniendo algunas cosas al día. Y tú, ¿qué vas a hacer?

—Estoy pensando en hacer kilómetros con la moto, hace mucho que no la muevo. Si, creo que saldré con ella y sin ruta —remató Jules.

Ninguno de los dos dijo las palabras que hubiera querido decir, ninguno dijo las que hubiera querido oír el otro. Jules no preguntó dónde se habían quedado sus amigos el pasado fin de semana (dónde había dormido Fernando) y Tina no le preguntó cuándo tenía que venir de nuevo.

Y al colgar el teléfono notó como la noche de repente parecía haber dejado fría su habitación


E4. Nubes de verano

El olor de la viña un domingo por la mañana temprano, cuando apenas nada se mueve y hasta las nubes se detienen, perezosas, compensa tener que madrugar en un día de fiesta.

Tina, en el fondo, agradecía tener que trabajar hoy, aunque al principio no le hubiera hecho mucha gracia. Prefería no quedarse en casa dando vueltas y trasteando mientras dejaba escurrirse el domingo sin que llegara a ser nada más que el día que daba paso al lunes.

Así que, ya que tenía que ir a recibir la visita, decidió levantarse temprano para tener tiempo a dar un paseo tranquilo entre las cepas antes de su cita con los viticultores portugueses.


E5. Sin GPS

Durante las primeras horas del domingo el viento agitaba inmisericorde las cepas y Tina sufría temiendo que pudiera haber daños, pero fue amainando a medida que avanzaba la mañana hasta calmarse por completo.

Mientras recorría el viñedo, Tina iba repasando sus recuerdos de Fede, el enólogo desaparecido. Era un niño bien, sus padres tenían dinero y apellido, y Fede se comportaba como tal. No destacaba en nada, pero daba la impresión de que era eso lo que buscaba, como si quisiera ser invisible. Ni buen ni mal estudiante, vaqueros, chinos y camisas de cuadritos, el pelo ni muy corto ni muy largo...Y muy, muy tímido. Únicamente, en alguna fiesta de fin de curso o de navidad y después de pasarse con las copas, se soltaba un poco; pero poco. Por eso le comparaban con Koothrappali , el de Big Bang.

Fede fue de los primeros de su promoción en encontrar trabajo y, por lo que ella sabía, seguía manteniéndolo en el momento de su desaparición.

El ruido de una moto que subía por el camino de la viña sobresaltó a Tina que no necesitó levantar la cabeza de la cepa que estaba mirando para saber quien llegaba. Se incorporó para que la viera y esperó hasta que paró a su lado.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó Tina mirando a Jules quitarse el casco sin bajarse de la moto.

—No lo sabía, ha sido ella —dijo Jules golpeando la grupa de la moto con sus guantes— ella me ha traído. Ahora bien, explícame tú como es posible que salga de casa sin rumbo, con ganas de perderme y desconectar y miles de kilómetros después, acabe aquí un domingo por la mañana, en medio de una viña, junto a una Garona que no es la mía, y contigo, sin necesidad de GPS, ni de preguntar a nadie. Anda —continuó Jules—, si tú lo entiendes, explícamelo, porque la verdad es que no pareces muy sorprendida de verme.

Tina no contestó. Se acercó despacio, sin dejar de mirarle a los ojos y metió las manos entre su chaqueta motera medio abierta para apoyarse en sus hombros, inclinarse y besarle con suavidad en la comisura de los labios susurrándole:

—Tienes que aprender a vivir sin GPS, lo mejor está siempre fuera de ruta



E6. En busca del enólogo desaparecido (y casi desconocido)

Fede siempre había hecho lo que se esperaba de él. Había guardado en un cajón y cerrado con llave su personalidad para adoptar la que su padre quería. Cuando terminó la carrera y empezó a trabajar para la bodega de unos amigos de su familia, se vio obligado a vivir solo por primera vez en su vida, pero también, por primera vez en su vida, pudo vivir con independencia y sin tener que dar explicaciones de su tiempo o sus costumbres.

Salir de Madrid, conocer la realidad de la vida en el campo y comenzar a formar parte de ella, fue el abrelatas que sacó su alma en conserva.

Todo esto se lo había contado a Tina por teléfono una amiga común, María, una amiga de Tina que había sido testigo del cambio.

María y Fede se conocieron trabajando y, aunque no vivían en el mismo pueblo, quedaban y se veían con relativa frecuencia. Al principio lo hacían para consultarse dudas mutuamente, coincidían en su calidad de novatos como enólogos y en la de forasteros: eran unos recién llegados y todavía no conocían a casi a nadie.

El novio de Maria, que venía a verla a menudo, coincidió con Fede en su afición por la bici de montaña y por la cocina, por lo que pronto se hicieron amigos. Fede, María y su novio se convirtieron en el núcleo de una pandilla que se fue ampliando con gente de la zona y con los amigos de la pareja que venían a pasar los fines de semana aprovechando el espacio de la enorme casa que había alquilado Maria.

Tina colgó el teléfono después de quedar con ella para encontrarse el primer fin de semana que tuvieran libre y hablar del tema con más detalle. Le había quedado claro tanto la sincera preocupación como el cariño de María por este Fede desaparecido, que tenía muy poco en común con el que ella conoció.

Tina, por su parte, se estaba dejando llevar, no sabía muy bien donde, pero si con quien. Volvió a acurrucarse a su lado y levantó la copa para hacer un brindis:

—¡Por todos los misterios por resolver!, dijo Tina.

—¡Por que me dejes resolverlos contigo!, contestó Jules



(Continuará)

martes, 24 de junio de 2014

I.-El Misterio de las barricas que se movían solas


T1. Tina

Salió de casa como un torbellino, con los rizos húmedos que parecían muelles impulsándola a caminar con ese ritmo saltarín que le acompañaba siempre aunque no tuviera prisa. Llegaba tarde. Mira que se proponía no salir entre semana, pero la vida le brindaba pretextos para saltarse sus propias normas.

Había quedado a las nueve y ya llegaba tarde.

Menos mal que la primera cita la tenía en una bodega amiga, la recibirían con una sonrisa y un café y con ellos podría sacudirse las telarañas que se empeñaban en permanecer en su cabeza sin dejarla ver claro lo que había ocurrido la pasada noche.

Seguro que, al contarlo, se disolvería entre risas ese sentimiento, ese presentimiento de que había algo más, que algo se le había escapado entre la música demasiado alta.

Sin soltar el móvil entró haciendo señas, primero para saludar y después para pedir un café. Desde el laboratorio la miraban esperando el cabreo correspondiente al momento en que se quedara sin cobertura.

Tina, a pesar de su cara de sueño, estaba muy guapa. Traía con ella la frescura de la mañana de mayo y todavía al día no le había dado tiempo a endurecer sus rasgos con problemas.

—No me riñáis por llegar tarde, al fin y al cabo por culpa de vuestro nuevo vino trasnoché. Acompañé al representante de esas barricas francesas que os gustan tanto para que probara como os ha quedado el Roble que hacéis con ellas...¡Es tan mono! ¡Es como Álex González con un toque de tresemé!.

Aunque ya estaban acostumbrados a seguir sus monólogos como si oyeran no sólo lo que decía sino también lo que estaba pensando, lo del "tresemé" les desbordó y tuvieron que hacerla parar y explicarse.

—Tener un toque de tresemé, malicia, madurez y morbo, es fundamental para que un hombre me resulte atractivo. En fin, para que lo entendáis y volviendo al vino, es como ponerle un toque de garnacha al tempranillo. El caso es que Jules, como buen comercial, y además de estar muy, pero que muy bien, es divertido y sabe un montón de historias. Por cierto, me contó una que es todo un misterio, parece de novela, se podría llamar:

"El caso de las barricas que se mueven solas".


T2. El caso de las barricas que se mueven solas

—Pues veréis, me ha contado Jules, que algo que empezó como un caso aislado y, de hecho pasó desapercibido pensando que se debía a un despiste del bodeguero, se ha convertido en un suceso repetido en varias bodegas . Resulta que las barricas que se han dejado de determinada forma por la noche, aparecen al día siguiente cambiadas y colocadas con otro orden. Es algo que no se nota a simple vista por un profano, pero un buen bodeguero conoce y distingue sus barricas tan bien como el pastor a las ovejas y aunque a los demás nos parezcan iguales las de una misma tonelería, él sabe que no lo son sin necesidad de tenerlas numeradas o marcadas con tiza.

De repente y como para avisarnos de que el tiempo de reunión se había terminado, simultáneamente sonó el teléfono, llegó un camionero a cargar un pallet y la secretaria para avisar a Carola de que el importador belga estaba ya en el centro de visitas.

Y Tina tal como había llegado se fue, pegada al móvil, dejándonos sobre la mesa el informe que le habíamos pedido y con las ganas de saber qué rollo era ese de las barricas y también, porqué no decirlo, si tenía o no un rollito con Jules.


T3. Mañana de Domingo

Cuando Tina llegó vivir a Zamora ni se le pasó por la imaginación que está ciudad pequeña y coqueta llegaría a enamorarla como lo había hecho, con mañanas de domingo como esta de mayo en la que dejaba que fuera la luz que entraba a través de su balcón la que diera el primer baño a su piel apenas cubierta con la sábana revuelta por una noche corta e intensa.

Las noches se alargaban en la calle, por los Herreros o la Marina, enredada en conversaciones eternas y faltas de prisa, en copas de vino, en atascos sin coche.

Quizá eso era lo que más gustaba de Zamora, ese desplazarse caminando por unas calles en que escaparates, edificios y rincones la obligaban a detenerse como un semáforo en rojo. Luego, detrás de las puertas, la sorpresa del amor por la música, por el arte, la inquietud cultural y creativa que se había ido encontrando, la habían hecho librarse de sus prejuicios de madrileña recién llegada a una ciudad de provincias.



T4. Las barricas no se mueven solas.

Los lunes no solían ser los días favoritos del bodeguero y menos cuando le esperaba una semana con muchísimo trabajo y trasiego de barricas, una semana que se alargaría con un fin de semana con feria de vino, jornadas largas durante siete días de trabajo sin descanso.

Por eso, cuando apareció Tina por la bodega, casi no esperó a que hubiera entrado para preguntar por el secreto de las barricas que se movían solas, a ver si le funcionaba.

—Va a ser que no —dijo Tina—, porque pasa sólo con una tonelería francesa con la que vosotros no trabajáis y además unicamente se mueven, no se vacían, se lavan y se rellenan solas, pero te lo voy a contar mientras trasiegas.

—Todo empezó hace un par de meses en una bodega de las grandes —continuó Tina—, por eso pensaron que podía ser un despiste de un encargado con miles de barricas bajo su control; pero no, no lo era. A los pocos días volvió a pasar lo mismo, esta vez en una bodega pequeñita de otra zona vitivinícola. Y así se viene repitiendo en bodegas de tamaños y zonas distintas que lo único que tienen en común es las barricas de esa tonelería,  las únicas que se mueven, las que han notado que han sido cambiadas sin orden aparente y sin que el vino que contienen haya sufrido lo más mínimo. Es como si las hubieran inspeccionado y devuelto a su sitio sin recordar exactamente como estaban colocadas.

El espíritu del vino no es, ya te lo digo yo antes de que lo sugieras.

No ha habido robos, no falta ninguna barrica, ni ninguna otra cosa, pero las bodegas en las que ha sucedido han tenido un fallo en las cámaras de seguridad las noches en las que ha pasado esto y faltan dos horas de grabación en todas ellas, lo que nos dice que hay algo que ocultar y nos dice también que quien esté detrás de este misterio al que nosotros no vemos sentido no es ningún aficionado.


T5. Juego de espías

Tras el ataque de euforia de pesquisas y deducciones, una vez que habían unido la información conseguida por ambos gracias a su fácil acceso a las bodegas, habían decidido cual tendría que ser la próxima en la que se produjera el siguiente movimiento misterioso de barricas. Habían decidido también que allí estarían ellos escondidos para vigilar y resolver el enigma que habían empezado por tomarse todos a broma, pero que ya empezaba a preocupar a mas de uno. No había robo, no había daños, pero nadie se sentía tranquilo sabiendo que entraban en sus bodegas de noche violando la intimidad de los vinos.

Pero al llegar a casa, y ya sin la contagiosa vena aventurera de Jules, Tina se estaba arrepintiendo de la decisión tomada, de la chiquillada que les traería problemas si les pillaban y de que, como mínimo, iban a ser el hazmerreir del gremio cuando se conociera su juego de espías.

Sin embargo, y fiel a la palabra dada, se cambió de ropa. Vestida de negro de los pies a la cabeza el espejo reflejaba a una Tina Croft a la española en la que se reflejaban también, y ella lo agradecía enormemente, las horas de natación que practicaba religiosamente.

Había quedado en pasar a recoger a Jules por su hotel, el trabajo de Jules hacía que viviera más tiempo en habitaciones de hotel que en su casa. Le esperó apoyada en el coche viendo como una luna casi llena iluminaba el hermoso edificio a orillas del Duero: no conocía un NH que le gustara mas que este.

De repente vio como salía, se paraba a mirar en la puerta y ,después de localizarla, se dirigía a su encuentro. Tina tuvo que tragar saliva, la boca se le quedó seca y en ese momento supo que se iría a espiar con él donde hiciera falta. Se alegró de haber aparcado con la distancia suficiente como para poder contemplarle caminando, dejar resbalar su mirada y delinear esa silueta negra que hoy tenía un aire de chico malo que le favorecía.
Abrió la puerta del coche antes de que llegara a su altura y se sentó a esperarle dentro, dispuesta a salir pitando, tanto porque se les hacía tarde como porque no estaba muy segura de que no se trasluciera la impresión que le había causado verle con esa camiseta y esos vaqueros que destacaban su estilo francés, de cine negro francés.

Jules y ella no tienen ningún rollo, a pesar de lo que todos creen, se llevan bien, trabajan en el mismo sector, son jóvenes y trabajan y viven solos. Y cuando Jules visita la zona, quedan y salen juntos, toman vinos, intercambian información y cotilleos. Nada mas.

A Tina no se le había pasado por la imaginación otra cosa hasta esta noche. Y la noche estaba empezando.

Durante la hora y pico que duró el trayecto en coche apenas hablaron, se limitaron a ir oyendo música y a aderezarla con algún comentario trivial. Estaban tensos y no era de las tensiones que se relajan con una risa nerviosa. El plan lo habían preparado meticulosamente y fueron siguiendo paso a paso lo programado hasta conseguir entrar a la sala de depósitos, por la que tendría que pasar quienquiera que quisiera entrar en la sala de barricas. Allí, escondidos tras el depósito de la esquina, pegados a la pared y muy juntos en ese espacio tan reducido desde donde tendrían la mejor visibilidad, se dispusieron a esperar.


T6. De un momento de riesgo a otro.

Jules hablaba entre susurros para entretener la espera y aliviar esa tensión crepitante que se había creado entre ellos, tanto por el riesgo como por la cercanía. Notaba la espalda de Tina pegada a su pecho y como se acompasaban sus respiraciones. Los rizos de ella, recogidos en una coleta, le acariciaban el cuello inconscientes del efecto que causaban.
A Tina no le estaba ayudando nada escuchar la voz grave de Jules con su ligero acento francés, ni que sus labios le rozaran la oreja con cada sílaba, ni que su aliento se esparciera como una aureola cálida en torno a ella. El mensaje que estaba recorriendo su columna no tenía nada que ver con lo que Jules le estaba contando y probablemente tampoco con lo que él estaba sintiendo.

Un brazo de Jules estaba apoyado en el depósito mientras que el otro caía a lo largo de su cuerpo y se balanceaba levemente hasta que, de pronto, se lo pasó a ella por delante de la cintura, sujetándola, como para impedir que cayera hacia adelante o que se apartara de él.

Tina giró la cabeza para mirarle y vio como sus ojos brillaban en la oscuridad como los de un gato salvaje y transmitían y anticipaban cual sería el siguiente movimiento. Se humedeció lentamente los labios firmando un acuerdo tácito a su propuesta.

Y justo entonces oyeron un chasquido que resonó estrepitosamente sobresaltándoles, rompiendo a la vez el silencio casi religioso de la bodega y el magnetismo creado entre ellos: la puerta de acceso a la nave se estaba abriendo. Inmediatamente, alerta y de vuelta a la razón por la que estaban allí, observaron desde su escondite como entraban dos hombres alumbrándose con linternas, que se dirigían directamente y con pasos sigilosos, pero seguros, hacia la zona de barricas.


T7. No te fíes de los buenos chicos


Jules se separó un poco para poder colocar la cámara en un sitio en el que pudiera tener mejor ángulo para grabar todo lo que hicieran esos dos en la sala de barricas.

Se habían dirigido directamente allí y uno de ellos se montó en el toro y comenzó a bajar las barricas que estorbaban para acceder a las de la tonelería que les interesaba y fue dejándolas en el suelo para que el otro las inspeccionara.

Tina estuvo al borde de soltar un grito cuando reconoció a uno de ellos: ¡no podía ser él!, pensó, nunca se le hubiera ocurrido que él pudiera estar implicado en nada, precisamente él, tan sosito, tan bueno, tan mojigato. Siempre pasaba lo mismo con los que parecía que no rompían nunca un plato, al final eran los protagonistas de las historias más turbias.

Pero sí, sí era él y se disponía en ese momento a sacar algo de una mochila que llevaba colgada a la espalda. Parecía que era un destornillador y también una bolsa llena con algo, tornillos o algo así.

Tina vio como iba quitando los remaches de cada uno de los flejes de la barrica, guardándoselos en la mochila y sustituyéndolos por otros que traía. Fueron repitiendo la operación, barrica tras barrica de la tonelería X y, cuando terminaron, recolocaron las barricas y se fueron por donde habían venido.

Jules recogió la cámara y tomó a Tina por un brazo sacudiéndola ligeramente para que reaccionara.

-Vamos, Tina, tenemos que irnos cuanto antes, las cámaras de vigilancia van a funcionar de nuevo y la alarma también. No pueden pillarnos aquí.

Tina estaba como en una nube, sin acabar de reponerse de la impresión de haber resuelto el misterio y de reconocer a una de las personas implicadas.

Ahora ya lo sabían y, además lo podían demostrar: las barricas no se mueven solas.



T8. ¡Por fin es viernes!

La semana había sido especialmente dura para Tina, cargada de trabajo y de emociones. Así que cuando por fin llego a casa con la perspectiva de un par de días libres, se dio una larga ducha y se puso un vestido de algodón que le encantaba porque era tan suave y ligero que la hacía sentirse ligera, sin nada que entorpeciera sus movimientos, sin roces ni ataduras, sintiendo solo la sensualidad de una caricia leve sobre su piel. Como cuando Jules había susurrado pegado a ella.

Buscó en el botellero algo especial para comenzar bien el fin de semana y se decidió por uno de sus vinos favoritos para disfrutar con calma, semi tumbada en el sofá frente a la tele, libre de las interrupciones del móvil que había dejado abandonado y amordazado sobre la cómoda.

No tenía ninguna intención de salir esta noche. Le llegaban los sonidos de la calle, conversaciones y risas, gente que salía de vinos sin prisas, así es esta ciudad, así es Zamora, un tiempo sin prisa.

Tenía ya la botella abierta, se sirvió una copa, la acercó a su nariz y dejó que la inundara su aroma trayendo consigo de nuevo el recuerdo de Jules y la noche pasada entre barricas, el misterio ya resuelto, pero que aún no le había explicado.

El vino llegó a su boca y arrastró con él los malos tragos de la semana, humedeció sus labios y saboreó un segundo trago dejándose llevar por la pereza y por la película.

Apenas había pasado media hora y estaba empezando a quedarse dormida cuando sonó el timbre sobresaltándola. Se levantó sin pensarlo mucho, como nos pasa cuando tenemos el cerebro trabajando a medias, y abrió la puerta sin mirar siquiera quien estaba del otro lado.


T9. Sin interrupciones

—Pero…¿se puede saber que haces aquí? Pensaba que te habías ido a Burdeos —dijo Tina a un Jules serio, con barba de dos días, vestido de negro, como casi siempre, y al que parecían salirle rayos de tormenta de sus ojos color miel mientras esperaba en el descansillo de la escalera.

—¿Vas a invitarme a entrar o, una vez que se supone que has resuelto el misterio, ya no te sirvo de nada y ni siquiera te dignas contestar a mis llamadas? ¡Creo que merezco saber, al menos, quienes eran esos y que hacían allí! Me haces jugar a los espías, me convences para que vayamos de noche y nos colemos en una bodega, nos ponemos en peligro nosotros y nuestro trabajo y luego parece que tienes una revelación y tú solita descubres qué hacen y quiénes son, pero no me dices nada, repentinamente muda por la impresión, y me abandonas en mi hotel sin más explicaciones. ¡Eres increíble, Tina, de verdad!

Y terminó la parrafada murmurando improperios en francés .

Y ella no se atrevió a recordarle de quien había sido la idea.

Se apartó para dejarle pasar y le hizo señas para que se sentara mientras buscaba una copa para ponerle un vino. Pero Jules no se sentó, se acercó al balcón y se quedó de espaldas mirando alternativamente la calle y la copa, como si esperara encontrar allí las respuestas que buscaba.

Tina, aunque se había despejado de golpe, no entendía a que venía su desmesurado enfado. Optó por sentarse en el brazo del sillón y dejarle respirar hasta que estuviera más calmado.

Jules, en silencio, fue tomando su vino lentamente hasta que se volvió buscando la botella para llenar su copa vacía. Se quedó de pie frente a ella, ya sereno, mirándola, recorriéndola con sus ojos de tal forma, que Tina pensó que su vestido se desintegraría de un momento a otro.

—Había pensado dejar reposar todo hasta el lunes —dijo por fin Tina—, llamarte cuando volvieras la próxima semana y ver contigo el vídeo que grabaste para cerciorarme de lo que creo que he visto. Tengo el teléfono en silencio, la verdad es que no esperaba que me llamara nadie y quería descansar. Pensé que estarías de viaje camino de tu casa, en Burdeos. Y además no es un tema para hablar por teléfono.

No se sentía cómoda conversando mientras ella estaba sentada y él en pie, menos aún cuando él seguía callado mirándola con la cabeza ladeada y los ojos entornados, como si quisiera contener el fuego que escapaba por ellos. 

Tina optó por levantarse para ponerse a su altura, pero, al hacerlo, él no se apartó ni un milímetro y quedó atrapada entre el brazo del sillón y el cuerpo de Jules.

—Tienes una gota de vino en la barbilla, dijo él, mientras pasaba el pulgar por ella, mojándolo, para pintar después con él los labios de una Tina que sintió como flojeaban sus largas piernas.

Él, como sin darse cuenta, siguió jugando con el pulgar sobre su boca, mientras dejaba la copa de vino sin apartarse y, ya libre, deslizó la otra mano entre los rizos de Tina, recogiéndolos en la nuca y atrapándolos allí, atrapándola allí.

—Y ahora vamos a retomarlo todo en el momento en que lo dejamos el otro día y esta vez  sin interrupciones, Tina.


T 10. Arroz a la zamorana


Tina y Jules llegaron a la bodega a última hora de la mañana y se encontraron al equipo catando en la barra del centro de visitas.

-Si no tenéis prisa podéis uniros a nosotros y ver que os parecen estos vinos que estamos probando para decidir si continúan mas tiempo en barrica o ya tienen bastante y tenemos que sacarlos.

-Y luego, si queréis, dijo Carola, podéis quedaros a comer, que tenemos arroz a la zamorana. Así nos contáis como va ese misterio que tenéis los dos entre manos y nos tiene en ascuas.

—Por mi no hay problema —dijo Tina—, imagino que a Jules le gustará  saber como están funcionando sus barricas comparándolas con las de la competencia; pero dejadnos catar y comer tranquilos antes de que os contemos nada. Dadnos un respiro, por favor, que, tanto uno como otro, hemos tenido una mañana complicada de trabajo y necesitamos primero un rato de calma.

Vuestro ya legendario "arroz a la zamorana" nos viene de perlas y si, después de la cata de vinos en barrica, nos ponéis un rosado de ese que tenéis casi escondido, tan fresquito y tan rico, prometemos desvelaros mas de lo que os imagináis, porque no solo hemos averiguado porque se mueven las barricas, sino también quien lo hace. ¡Vaya movida!

En la bodega llevaban una semana esperando ver aparecer a Tina sin que saliera corriendo. Llegaba, se daba una vuelta por la viña y se marchaba de nuevo, sin quedarse a tomar con ellos ni siquiera el café mañanero . Sabían que tenía una época de mucho trabajo, todo el mundo preocupado con la lluvia y con los tratamientos, con cosas que requerían una atención muy especial porque había que hacerlas en su momento. La empresa de consultoría para la que trabaja Tina está ahora a tope, incluso se habían planteado contratar a alguien de apoyo; pero, de momento, seguía sola.

Les sorprendió verla aparecer con Jules, o mas bien a Jules con ella, ya que se suponía que el guapo tonelero francés no iba a volver a estar por la zona hasta mediados de junio.

Claro que lo que no sabían en la bodega es que había algunos cambios en los motivos de Jules para venir hasta aquí desde Burdeos. Y es que en la vida no todo es trabajo y en la de un tonelero no son todo barricas. En fin, que la cocina francesa está muy bien, pero existe también el arroz a la zamorana, con su punto de picante. su autenticidad y sus raíces. Y... ¿para que elegir si se pueden tener las dos cosas?


T11 Solo para tus ojos

Estaba claro que algo había cambiado entre Tina y Jules. Hasta la forma de pasarse la copa para catar era distinta. Eran sin embargo sus ojos los que mas lo traslucían, como si de repente uno y otro estuvieran imantados. Los ojos de Jules eran incapaces de hacer un recorrido sin quedarse enganchados en el pelo, en la camiseta, en las manos o en el pantalón de Tina y se movían con ella cada vez que ella se movía.

Tina, que estaba mas callada que de costumbre, parecía concentrada en la cata, pero se había colocado entre el grupo de tal forma que no se sabía si sus ojos estaban mirando la intensidad del color del vino o los hombros y el cuello de Jules que quedaban a la misma altura a través de la copa.

Cuando a Tina le tocó el turno de comentar los vinos, describir como los encontraba de madera, si se había respetado la fruta, si estaba bien integrada, vamos, esas cosas de las que se habla al hacer una cata de vinos en barrica y calificar las barricas, su voz tenía una calidez tan especial que si no estuvieran junto a la barra del bar rodeados de gente y de muestras, si solo se oyera su voz sin verla, no estaría nada claro de qué, o de quién, estaba hablando.

Decidieron comer en la terraza y entre todos pusieron la mesa, el rosado que le habían prometido a Tina y el crianza que querían para comer el arroz.

Mientras esperaban a que estuviera terminado el arroz, el cocinero es muy meticuloso con el punto y hay que reconocer que le sale buenísimo, entretenían la espera con un plato de jamón y comenzaron a acribillar a Tina con preguntas.

—Os he dicho que después de comer. En la sobremesa os lo cuento todo con todo detalle, siempre y cuando me prometáis que no va a salir de aquí, porque si Jules y yo tuviéramos que explicar cómo nos hemos enterado, tendríamos que explicar también que hacíamos en esa bodega, a esas horas y sin pedir permiso a nadie, con nocturnidad y alevosía, vamos, y, además…¡en otro país!

-No os preocupéis, dijo Carola, a partir de ahora os garantizamos que estáis entre amigos y lo que se hable aquí, aquí queda. Tenéis nuestra palabra.



T12: Diamantes de vino

—Como os decía —continuó Tina—, es un tema muy serio y tenéis que guardar el secreto de nuestra participación. Ya hicimos lo que correspondía enviando a la policía la grabación de vídeo junto con una nota anónima.

Si os acordáis, hace unos años estuve completando mi formación haciendo prácticas en varias bodegas en Francia. Durante el tiempo que pasé allí, había rumores de que se estaba traficando con diamantes y que, de alguna manera, había una persona relacionada con el mundo del vino que estaba implicada. Como aquella época coincidió con la famosa película y además los franceses tienen cierta tendencia a hacer una novela de todo —dijo mirando intencionadamente a Jules—, la verdad es que no presté demasiada atención.

—Seguro que tenías otras cosas más interesantes en las que ocuparte —dijo Jules—. ¡Ay, cómo me hubiera gustado conocerte entonces y en mi terreno!.

—Tu estabas haciendo un Máster no sé dónde, lo recuerdo porque coincidí con tu hermana y no dejaba de hablar de ti, "Jules esto, Jules lo otro, si Jules estuviera aquí…".

—¡Centraos y estad a lo que estamos!, dijo la enóloga, sacando ese temperamento fruto de la huerta valenciana que nos enseñaba de vez en cuando.

—Bueno pues lo cierto es que se rumoreaba que había un tráfico de diamantes que afectaba a Portugal, España y Francia como ruta de entrada al interior de Europa y del que yo no hice mucho caso; pero a lo que sí que hice caso fue al acoso que tuve por parte de un tipo que era el que tenía que coordinar mis prácticas y que desde el primer día se ocupó de que supiera que era él quien tenía el mando y que podía hacerme la vida imposible a nada que se esforzara. De hecho estuve a punto de abandonar y volverme a España dejando las prácticas a medio hacer, pero ya sabéis que aunque parezca que me vengo abajo, solo me agacho para tomar impulso y respirar hondo... A no ser que me caiga del todo y me tengáis que ayudar los amigos a levantarme.

—¿Quieres dejar de enrollarte, por favor?

- Pues bien —continúo Tina—, era el típico que siempre está impoluto de la mañana a la noche, nariz alta e inspección continúa. Tenía que cumplir estrictamente sus protocolos además de la legalidad vigente, venga informes, venga papeleo... Sus recriminaciones en público, sin levantar la voz pero haciéndose oír por todos, para humillarme, me tenían frita. Nunca entendía mi francés y él hablaba rápido y entredientes para obligarme a preguntarle todo dos veces. Tenía que estar diciéndole continuamente, perdone, señor., Pues bien, ¡era él!¡Monsieur Pardonnez-moi!

La mayoría de los que estaban no tenía ni idea de lo que estaba hablando, incluso a Jules se le veía bastante confuso. Tina se dio cuenta de que ignoraban la incursión nocturna en la que había descubierto todo y se dispuso a hacer un resumen.

—Hace un par de semanas, después de reunir la información que pudimos sobre las bodegas en las que se habían movido barricas, trazamos sobre el mapa una ruta marcando lugares y fechas. Especulamos dónde y cuándo actuarían con mayor probabilidad la próxima vez y allá que nos fuimos los dos.

—Todavía no se como me dejé convencer —dijo Jules, que seguía sin recordar que había sido cosa suya.

—El caso es que acertamos. Allí escondidos detrás de un depósito vimos cómo las dos personas que entraron en la bodega sustituían los remaches que traían los flejes de las barricas por otros que llevaban en una bolsa. Reconocí de inmediato a mi acosador. Luego. viendo con detalle el vídeo que grabó Jules, nos dimos cuenta de que al quitar los remaches extraían algo muy brillante en cada uno de ellos, indagamos en Internet y nos enteramos de que la policía llevaba tiempo investigando el tráfico de diamantes…

Et voilà...! —dijo Jules, haciendo una reverencia con giro de muñeca, como si tuviera un florete en la mano en vez del periódico que blandía—, aquí podéis leer la información sobre el desmantelamiento de la banda, gracias a una información anónima.






sábado, 21 de junio de 2014

Entremisterios 1: Entre barricas y enólogo, o entre el I y el II



1.El juego continúa

A Jules le habían liado para jugar una partida de billar romano, un juego tradicional desconocido para él y que dos enólogos de la Borgoña afincados en el Duero y amigos de Tina le estaban enseñando.

Una media sonrisa se le escapaba continuamente, sonrisa sin relación ninguna con la conversación que mantenían los tres en francés y que aunque pudiera parecer muy interesante si no se entendía el idioma, no tenía más misterio que el de las reglas del juego.

Realmente lo que le estaba distrayendo y haciendo sonreír era el surco que le estaban marcando en la espalda los ojos de Tina a fuerza de recorrérsela en uno y otro sentido con su mirada. No tenía que volverse para notarlo. Como tampoco era producto del esfuerzo que suponía el juego todo el sudor de su camiseta.

Ellas estaban tranquilamente sentadas disfrutando de su copa de vino, viéndoles jugar mientras planeaban el largo fin de semana que tenían por delante, puesto que el lunes sería festivo local.

Tina esperaba que vinieran unos amigos de Madrid y quería aprovechar al máximo el tiempo disponible, para que vieran un montón de cosas, para enseñarles por qué disfrutaba tanto viviendo en Zamora


2. De vinos y pinchos en Valladolid

Los amigos de Tina llegaron de Madrid el viernes por la tarde, salieron en Zamora por la noche y decidieron dedicar el sábado a conocer el Valladolid de vinos y tapas.  
Habían quedado en encontrarse todos en el Farolito, quedarse un rato por la zona de la catedral y luego acercarse hasta donde Juanjo, al Abadía, a probar su tapa de concurso que, como siempre, le había quedado genial.

Jules se había ido a Burdeos, con pocas ganas bien es verdad, pero no le había quedado otro remedio porque tenía mucho trabajo pendiente allí. Se había pasado la semana insistiendo a Tina para que le acompañara, pero ella también tenía mucho trabajo ahora y, además, esperaba a sus amigos. Y esa era otra de las cosas que no habían hecho mucha gracia a Jules, irse cuando venían ellos, especialmente irse cuando venía Fernando, un antiguo compañero de universidad de Tina con quien intuía que había estado enrollada el verano pasado.

Jules no conocía a estos amigos de Tina, ni a Fernando, mas que de oídas. Mejor así, el estilo, el carácter y el aspecto de Fernando no le hubieran hecho irse mas tranquilo. No, nada, nada tranquilo.


3. Tina y Verónica, por los Herreros.

El largo fin de semana había dejado a Tina un sabor agridulce sin razón aparente. La verdad es que se lo habían pasado genial y le había gustado estar con sus amigos de Madrid, enseñarles Zamora y Valladolid y que disfrutaran de los mismos sitios y de las mismas cosas que disfruta ella, que entendieran porque se encuentra tan bien viviendo aquí.

Sin embargo se había sorprendido pensando que habría dicho Jules, o que habría hecho. O que estaría haciendo Jules en Burdeos. Se había sorprendido pensando en él continuamente.

—Creo que estás coladita por el francés, dijo Verónica cuando se encontraron el domingo tomando vinos por los Herreros.

—¡No digas bobadas, anda!. Me gusta, es interesante, divertido y lo pasamos bien. Es un amigo. Punto. Cuéntame cómo te ha ido hoy, ¿habéis tenido mucho trabajo?

—Sí, cambia de conversación si quieres, pero ya te veo como estás con Jules y como le miras —dijo Verónica— y además veo que tienes a Fernando aquí, babeando alrededor y no le haces ni caso…¡Y está buenísimo!

—Déjalo ya, por favor, que no tengo ganas de que mis amigos se enteren ni de la existencia de Jules para que no empiecen a achicharrarme a preguntas. Por cierto, sabes que tengo un misterio nuevo en marcha, no se si será algo serio o una tontería , pero ha sido Fernando precisamente quien me lo ha contado. Cuando vaya entre semana a ver la viña y haya averiguado algo mas, os digo si hay o no hay misterio a la vista.

—Y Fernando no es para tanto, te lo aseguro —dijo Tina a Verónica al tiempo que las dos se volvían a mirarle pedir en la barra, luego se miraron entre ellas y soltaron una carcajada simultáneamente.

—Bueno, la verdad es que sí es para tanto, sí que lo es —continúo Tina riendo—, para que vamos a negar la evidencia, pero creo que nos conocemos demasiado y si alguna vez hubo un momento, ya pasó.

—Eso nunca se sabe, guapa —remató Verónica, viéndole venir hacia ellas con las copas de vino en las manos, como una ofrenda..