martes, 9 de diciembre de 2014

El caso de las sonrisas tristes (ST1-ST11)



El caso de las sonrisas tristes

A Juan, a veces, le gustaría dejarse llevar, apurar todas las copas y todas las mujeres que se le ofrecen, perder la conciencia, dejar de pensar; pero Juan no pierde jamás el control cuando está trabajando, en realidad Juan no pierde el control nunca. Dicen que por eso es uno de los mejores, que esa es la razón por la cual aún sigue vivo y por la que nunca ha sido descubierto.
A Juan, a veces, le gustaría dejarlo todo, pero nunca lo hace y sabe que, mientras pueda, no lo hará nunca.
Y cuando se siente tan cansado como está ahora, con tantas ganas de volver a su piso actual, a sus paseos por el Duero o a sus tardes de vinos tranquilos por las calles de piedra, piensa en esas sonrisas pintadas bajo unos ojos tristes que no han perdido aún la esperanza de un milagro.


El caso de las sonrisas tristes.2 (ST2)

Juan sí sabía prácticamente todo sobre Tina, sobre sus amigos, su familia, su trabajo...Y sobre Jules.
De hecho Tina había contribuido, sin saberlo, a que seleccionaran Zamora como su base de operaciones y le buscaran un piso franco justo enfrente del suyo; pero, claro, de todo esto Tina no tenía la mas mínima idea y, por su propio bien, lo mejor era que continuará así.
La primera vez que Juan oyó hablar de Tina fue cuando se desmanteló el tráfico de diamantes que se llevaba realizando a través de Europa desde hacía unos años, diamantes que burlaban todas los controles internacionales escondidos en barricas de vino. Al parecer Tina fue mas allá de la curiosidad habitual sobre los inhabituales movimientos de barricas dentro de las bodegas y se puso a investigar por su cuenta ayudada por Jules, el tonelero bordelés.
Así que "El misterio de las barricas que se mueven solas" fue la llamada de atención sobre la situación estratégica de Zamora y la necesidad de instalarse allí.
Lo que Juan aún no sabe es que conocer a Tina va a marcar un antes y un después en su vida. 
Y en la de ella.


El caso de las sonrisas tristes 3 (ST3)

Parecía la portada de una revista en su especial de navidad.
Ella, casi una niña, vestía de fiesta y estaba suavemente reclinada en un sofá de terciopelo burdeos sosteniendo una copa de vino blanco. La habitación olía a dinero y a buen gusto por encargo.
Juan miraba todo desde la puerta, registrando cada detalle sin moverse. Permanecía quieto, frío.

La escena con la que había empezado el día Tina era bien distinta. Tenía por delante un precioso sábado de otoño, con aire fresco y limpio, que venía cargado de amigos y de trabajo. Hoy en la bodega tenían mas reservas de las habituales, quizá por ser el día del Enoturismo, quizá por ser una de las épocas en las que el viñedo está mas bello.

Tina respiró a fondo cargándose de energía, disfrutando el paisaje.

Muy lejos de ella, en todos los sentidos, Juan maldijo como había terminado la noche y comenzado el día. Se acercó hasta el chester, cerró los ojos azules ya sin luz, miró por última vez esa sonrisa casi feliz y tan relajada como muerta. Tan joven, tan bella.
Se volvió bruscamente y salió de la habitación dejando que su gente se encargara de los detalles.


ST4.- Aterrizando

Tenía que quitarse del medio durante unos días. Con urgencia. Qué le siguieran viendo era demasiado peligroso y, por otro lado, tanto física como emocionalmente estaba exhausto. Llegó al piso franco el sábado de madrugada y se pasó el domingo entero durmiendo, aunque un par de veces hizo intención de levantarse, darse una ducha y salir a dar un paseo tranquilo, fue incapaz de soportar el peso de su cuerpo y de su conciencia.
Hoy lunes, sin embargo, se había levantado muy temprano y salido a correr por las orillas del Duero, dejándose envolver por la niebla que presagiaba un día luminoso y frío.
Tina salía del portal cuando él llegaba y, en el breve encuentro de saludos forzados por el momento y la prisa, vio que los ojos de Juan arrastraban algo tan oscuro y pesado que no supo muy bien si sentir miedo o pena.
Pero cuando él  propuso quedar al final del día para salir a tomar un vino, su voz sonó tan triste y tan ansiosa como una llamada de socorro. Y ante eso, ella nunca supo negarse.



ST5.-Viéndolas venir

A Tina le gusta llegar antes a las citas y situarse de forma que pueda ver llegar a los otros. Y si ha quedado con un hombre que le gusta, con mas motivo. La voz y la manera de moverse, de caminar, son claves de seducción para ella. Por eso llegó con tiempo a la cita con Juan y le esperó a la puerta del bar para verle atravesar la Plaza.
Juan caminaba con paso decidido, casi marcial si no fuera porque tenía una cadencia rítmica en la forma de mover sus hombros, como si fuera abriendo suavemente una cortina ficticia que le plantaba el viento.
Si, realmente a Tina la perturbaba este hombre, sentía una atracción que iba mas allá de su atractivo físico innegable que hizo que algunas personas perdieran el hilo de sus conversaciones y el interés en sus respectivos grupos cuando entraron.
Juan, sin embargo, parecía no tener ojos mas que para ella. Pidieron dos copas de un Toro joven y unas croquetas de boletos. Juan levantó su copa y brindo con Tina sin decir palabra. La miró como si estuviera calibrándola, la miró de una forma tan intensa que Tina se sintió como si él estuviera escaneando todo lo que ella se guardaba siempre muy dentro.
Juan, por primera vez, se estaba planteando si podría dejarse llevar por su instinto y confiar en alguien, confiar en ella. Necesitaba poder hablar, quitarse el disfraz y poder vivir fuera de su trabajo, aunque solo fuera a ratos. Sin embargo eso podría suponer un peligro para Tina, él lo sabía, y le asustaba mas que sus propios riesgos.


ST6. -Deja que hablen los vinos

No se si te interesa conocerme, Tina. Sé que mientras me miras estás pensando que no sabes nada de mi y no sé si eso es precisamente lo que te atrae.

Naturalmente Juan no lo estaba diciendo en voz alta. Entre vinos y pinchos llevaban más de dos horas juntos sin parar de hablar. Tenían una pasión común con el cine y Tina trataba de inculcarle también su pasión por el vino y lo estaba consiguiendo: era fácil con el nivel y la variedad que tenían los bares de Zamora y el entusiasmo contagioso con el que ella hablaba de su trabajo y su vida, tan ligada a la viña y al vino como la de Juan al delito y al riesgo, aunque ella aún no lo supiera.

No se si te interesa conocerme, Tina, volvió a repetirse para sí mismo como un mantra que ya presentía que no se iba a cumplir.

Nunca había estado enamorado, nunca había tenido una relación en la que hubiera algo más que sexo de por medio. Y ahora, cuando menos lo esperaba, cuando menos falta hacía, se encontraba con una mujer como ella, con un sueño, el sentimiento absurdo de que no podía prescindir de verla, de escucharla y dejarse llevar a su lado.

Juan tampoco tenía con Tina la confianza suficiente como para preguntarle si estaba saliendo con el francés. Se estaba comportando como un adolescente, buscando encuentros, provocando citas en las que no pasaban de estar de vinos y conversación, despidiéndose luego castamente al llegar a casa.

Se dio cuenta de que llevaban ya un rato callados y Tina estaba mirándole fijamente, como si quisiera leerle. Juan vio que esos ojos verdes con chispitas brillaban llenos de preguntas que iban a brotar en cualquier momento.

Y entonces sí, sin darse cuenta, quizá por efecto del vino, pronunció en voz alta:

No sabes nada de mi, Tina, y no se sí te interesa conocerme.

El móvil de Juan sonó sobresaltándoles, como un despertador sacándoles del sueño.


ST7 y ST8.Las sonrisas tristes : hoy capitulo doble

Tina vio el cambio de expresión de la cara de Juan, su mirada se había congelado al atender la llamada, su voz cambió y los escuetos monosílabos con los que contestaba tenían una dureza cortante. Finalmente colgó y dio un trago a su copa de vino, apurándola. Parecía muy cansado, mucho mayor, triste.
Tina no pudo resistir la tentación de acariciarle la cara, con ese tipo de caricia que se reserva para consolar a un niño. Él retuvo su mano y la besó suavemente en la palma, reteniéndola.

Mañana tengo que salir de viaje muy temprano, no sé cuanto tiempo estaré fuera esta vez. Mira, Tina, tengo un trabajo que me exige una concentración absoluta y desde que te conozco no la tengo. Mi sentido común me dice que me aleje de ti, pero no puedo. No sé que siento por ti, pero sé lo que siento contigo.
No, no te asustes, no te estoy pidiendo nada, ni siquiera quiero preguntarte nada ahora, tampoco quiero preguntas que no te puedo contestar; pero si vuelvo, antes de nada tenemos que hablar. Si tu quieres, claro.

Me gusta estar contigo Juan y no sé que razones tendrás para tanto misterio, yo no te he preguntado antes y no voy a hacerlo ahora continuó Tina—. Sé que te puede parecer ridícula la confianza que he tenido contigo desde el principio, pero es que yo soy así con todo el mundo; pero contigo además hay veces, como ahora, que me dan ganas de abrazarte, de mimarte para devolverte la sonrisa, de curarte esas heridas que, cuando te descuidas, sangran en tus ojos. Y sé que no puedes ser malo.

Puedo ser malo para ti, créeme, puedo hacerte daño aunque no quiera, puedo complicarte la vida y meter en tu mundo el mío, que no es ni limpio, ni cómodo, ni agradable.

Has dicho que hablaríamos a tu vuelta, no ahora dijo Tina.

¿Y él?  se sorprendió preguntando Juan— veo que no le gusto y que te quiere. No quiero romper lo que tienes.

Jules es mi amigo y nos divertimos estando juntos. Además trabajamos en el mismo sector, tenemos muchos intereses en común

Y os acostáis.

Tina se quedó mirándole sorprendida. Ella no le había contado nada sobre Jules y ellos dos no habían hecho más que cruzarse un par de veces en la escalera. Jules había sentido desde el principio un rechazo irracional por Juan, unos celos absurdos que Tina había tratado de tomar a broma explicándole que no tenía mas que una relación superficial con Juan, lo cual había sido cierto hasta hoy. Sin embargo el instinto de Jules no le engañaba y había descubierto antes que ellos la atracción que ahora ya era palpable.

Has dicho que hoy no habría preguntas —cortó Tina al tiempo se ponía la gabardina como punto final a la conversación. Venga, vámonos.

Al salir de Lasal había vuelto a llover con ganas. Compartieron el paraguas y Juan le pasó el brazo por encima del hombro para cobijarla. Tina se paró, volviéndose hacia él sin soltarse y levantó la cara para mirarle.

Así que no tienes ni idea de cuando vas a volver... Bueno, pues sea cuando sea creo que no puedo esperar tanto. Bésame ya, ahora, sin más. Necesito averiguar si me gusta como sabes.

Juan vio la determinación en su mirada, la madurez con la que le reclamaba y le volvió esa sensación de adolescente nervioso e inexperto que tenía con ella. No podía salir huyendo y su cuerpo no podía seguir aplazando lo inevitable. Comenzó a besarla con suavidad, rozándola apenas, dejando que sus labios se deslizaran por la cara mojada por la lluvia. Pero era como tener sed y tratar de saciarla humedeciendo los labios. Ahora que habían empezado no creía que hubiera fuerza humana que pudiera detenerlos.


ST9.-Dorando la píldora

El AVE llegó tan puntual como solía. Buscó el ostentoso coche que le habían adjudicado y repasó que todo estuviera en orden. Tenía la documentación y el arma pegados bajo el asiento del conductor y un bote de chicles lleno con las pastillas de muestra. Condujo hasta el restaurante en el que habían quedado y agradeció que tuviera aparcacoches, no le apetecía nada ponerse a dar vueltas buscando un hueco en el que dejar el Bentley.
Los otros tres ya estaban sentados a la mesa y vestían con tanta elegancia como él mismo. Se analizaron mutuamente, se midieron, mientras se saludaban y calibraban relojes y móviles, ese tipo de galones con que miden el estatus algunos hombres.
Cambiaba de piel y de ropa. Cambiaba la voz, el acento, la expresión y la forma de moverse, nunca pensó que sus años de arte dramático le servirían para esto. Podía cambiar sin ningún esfuerzo todo, menos su nombre, siempre era Juan, o John, o Jean. Mantener el nombre propio era echar un ancla para no dejar que las marejadas que azotaban su vida arrastraran su cordura. Y eso nunca le había causado problemas.
Ellos eligieron el vino por marca y por precio, al igual que el coche, el traje y el restaurante. El sonrió, pensó en Tina, y, por primera vez en su vida reclamó la carta de vinos. Llevarles la contraria, consultar con el sumiller y elegir un tinto como lo hubiera hecho ella, le dio, también por vez primera, una visión de los cambios que se iban a producir en su vida si la dejaba entrar.
Al terminar la comida, después de tratar de entregas, plazos y precios, Juan les ofreció su bote de chicles y les dejó para que alargaran a solas la sobremesa mientras comprobaban si las pastillas causaban el efecto buscado.


ST 10.-Distintos paisajes, distintos puntos de vista

Juan contaba con ello y se lo puso fácil. Desde que salió del restaurante y recogió el coche su instinto detectó a los que le seguían y, más que conducir, les condujo hasta su hotel con toda la tranquilidad que le permitía el tráfico de Madrid en un día de lluvia. Eso era exactamente lo que estaba buscando, ser el que marcara las pautas, dejar que le vigilaran y hacerles creer que podían tener controlados todos sus movimientos. Desde que siendo adolescente leyó "La carta" de Poe, aprendió que no hay mejor forma de ocultar algo que dejarlo a la vista de todos.

Tina estaba en la bodega y miraba la viña, que aún no había acabado de perder las hojas, mientras esperaba a que los demás terminaran de preparar los vinos para la cata. Seguía lloviendo y las labores en el campo estaban a la espera. Ahora, con los vinos ya hechos sobre la mesa, podían hablar de una calidad excelente en la cosecha.

Se llevó la primera copa a los labios mientras miraba abstraída las gotas que se deslizaban por el cristal, como una cortina. Y ese primer sorbo la arrastró hasta la intensidad del momento que había vivido con Juan, de ese primer beso con sabor a principio y a fin, a incertidumbre.
Un anticipo de lo que puede ser que al mismo tiempo dice no sé que va a ser esto.

Sin darse cuenta lo había expresado en voz alta y como la cata era para decidir sobre el futuro de unos vinos que aún tendrían que pasar tiempo en barrica, todos interpretaron que era a eso a lo que se estaba refiriendo.

Moviéndose en otro universo, muy lejos de ella, Juan estaba en la recepción del hotel sintiendo el contrapeso de su pistola a la mirada del tipo que le estaba observando mientras simulaba una conversación silenciosa a través del móvil.


ST11.- Ahora me ves, ahora no me ves.

Juan vio como el tipo de la eterna conversación con el móvil en la calle, pedía fuego a alguien que estaba a punto de entrar al hotel: lo estaba marcando. Este último, una vez dentro, se colocó a su lado en el mostrador de recepción mientras él firmaba y mantenía la típica conversación con la recepcionista sobre el tiempo y las claves wifi. Ya listo y dirigiéndose al ascensor, Juan se volvió apenas y dijo en voz alta:

Espero la visita de una amiga, le dice que suba a mi habitación cuando llegue, por favor.

Subió, se desembarazó del traje y se dio una larga ducha, sin pensar en nada, desconectando, preparándose para el cambio.
Apenas le había dado tiempo a ponerse los vaqueros y una camiseta cuando su contacto llamó a la puerta.
Laura entró tan llamativa como requería la ocasión, su cuerpo permitía la ropa que llevaba y su larga melena rubia lanzaba destellos cada vez que movía la cabeza. Juan continuó vistiéndose mientras intercambiaban información.

El tío que han dejado de guardia me ha oído preguntando alto y claro por tu habitación y, por la cara que ha puesto, espera que estés a punto de empezar a pasar un buen rato.
Puedes salir tranquilo, Juan, con esa pinta no te conocería ni yo, no tienes nada que ver con el estirado hombre de negocios con el que tratan; pero te sobra la gorra, mejor déjame que te despeine con un poco de arte dijo Laura ¡Perfecto! Ahora si pareces un turista de compras por Chueca

No voy a volver hasta por la mañana, pero tú vete dentro de un par de horas, pensarán que con eso ya he tenido bastante antes de caer rendido . Y recuerda que son peligrosos Laura, no quiero que corras riesgos.

Un huésped que salía ensimismado en su mapa de Madrid tropezó con una pareja que entraba arrastrando sus maletas a recepción, pidió disculpas en inglés al salir rebotado y chocar con la espalda de un tipo que hablaba por el móvil a la puerta, este comenzó a maldecir entredientes contra los gilipollas de los guiris, mientras Juan, aún sin acabar de estirarse para recobrar su estatura, se alejaba del hotel plegando el mapa y con la sonrisa en los labios.

Sin embargo la sonrisa y él se quedaron de piedra cuando, a los pocos metros vio a Tina sentada en una de las terrazas de la plaza.
Siguió caminando, pero su instinto le dijo que ella le había reconocido.

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