domingo, 29 de junio de 2014

El misterio del enólogo desaparecido (1ª Parte)

Fede "Koothrappali"


—Sí, claro que se de quien me estás hablando, del doble de Raj Koothrappali, el astrofísico de Big Bang pero en versión española, igual de rarito, con el mismo mutismo selectivo con las mujeres y con la misma desorientación sexual, contestó Tina a las explicaciones de Fernando sobre el enólogo que había desaparecido. Lo conocí como a ti, mientras hacíamos el máster, pero era muy tímido, se centraba sólo en los estudios y no salía con nosotros. Después nunca hemos trabajado cerca, así que no nos hemos tratado mucho.

Fernando, el amigo de Tina, trabaja también de asesor de viñedos, sobre todo en la Mancha, aunque hace incursiones en algunos de otras zonas, y tiene relación de trabajo con el mismo tipo de gente: enólogos, proveedores de fitosanitarios, toneleros, corcheros... En fin, con los múltiples oficios que intervienen para que el racimo llegue en forma de vino a una copa. Tan inquieto y tan apasionado por su trabajo como Tina, viaja mucho y dedica gran parte de su tiempo libre a visitar viñedos y bodegas de España y del mundo. Y según Verónica y otras opiniones autorizadas, está buenísimo. Tiene ese toque de chulería simpática del madrileño castizo, siempre ligando y tirando los tejos a las que tiene alrededor, como si lo necesitara para mantenerse en forma, como un deporte.

Fernando había contado a Tina el caso de Fede, un enólogo al que conocían ambos y que, después de llevar años trabajando para la misma bodega, se había despedido con una nota hacía un par de meses y ni familia, ni amigos habían vuelto a tener noticias suyas. Realmente Fernando había retado a Tina para que resolviera el misterio y, de paso, tuviera que volver a estar más en contacto con sus compañeros de estudios y con él



E2. Calor

Tina llegó a casa por la tarde deseando sentir el agua fría de la ducha arrastrando el calor y el polvo que llevaba pegado al cuerpo y que le daba a su pelo un tono amarillento, el del azufre que estos días impregnaba el aire de las viñas.

Calor. De repente había subido la temperatura y a última hora de la tarde se habían desencadenado un par de tormentas que, afortunadamente se quedaron lejos y de las que solo llegó el cambio de color en el cielo y el reflejo lejano de los rayos.

Calor. Después de unos meses de calma, de estar sin inquietudes ni problemas personales, sin amores ni celos, el termómetro de sus sentimientos estaba subiendo como si lo hubiera puesto sobre ascuas.

Después de ducharse se puso un pantalón corto y una camiseta, se sirvió una copa de verdejo, puso la botella en una cubitera y salió a sentarse a la terraza para dejar que el Duero le refrescara la vista y el alma.

Tina pensó que lo que tenía que hacer podía esperar. Necesitaba ese momento de sosiego, de placer, de sentir deslizarse el vino por la garganta mientras dejaba la mente en blanco mirando el río.

Adoraba las vistas de su piso en Zamora. Se sentía ya bautizada por el Padre Duero y los versos de esta ciudad de poetas.

Entonces sonó el teléfono.


E3 Se espera que sigan subiendo las temperaturas

Desde que sonó el teléfono sabía que era él. Quería que fuera él. No había llamado, ni siquiera había mandado un mensaje desde que se fue. Claro que ella tampoco. Era una situación un poco absurda porque no había cambiado nada entre ellos y sin embargo ya nada era lo mismo. Durante estos días que llevaban sin verse no había dejado de sentir la desazón de su ausencia.

La mano le temblaba ligeramente al coger el teléfono y un rápido escalofrío recorrió su espalda a pesar del calor en el momento que oyó su voz.

Después de una hora hablando con él no podía recordar con precisión lo que se habían dicho, debían haber hablado de su viaje a Burdeos, del trabajo, del tiempo, de lo que había hecho durante el pasado fin de semana y también que le había resumido lo que sabía del caso del enólogo desaparecido y cuales eran los primeros pasos que pensaba dar para resolverlo. Le había dicho que iría unos días a Madrid en cuanto pudiera.

Recordaba en cambio con toda precisión el tono de su voz, su pausas, sus cambios de inflexión y como sentía arder el teléfono en sus manos. Tuvo que refrescar su boca con un sorbo de la copa de verdejo y mojarse la nuca con el agua helada de la cubitera.

—Hace mucho calor y se prevé que sigan subiendo las temperaturas durante el fin de semana —dijo Tina. Tendré que ir a la bodega el sábado por la mañana para ayudar con la visita de unos viticultores del norte de Portugal que vienen a conocer la viña. La verdad es que no tengo muchos planes, probablemente me quede en casa descansando y poniendo algunas cosas al día. Y tú, ¿qué vas a hacer?

—Estoy pensando en hacer kilómetros con la moto, hace mucho que no la muevo. Si, creo que saldré con ella y sin ruta —remató Jules.

Ninguno de los dos dijo las palabras que hubiera querido decir, ninguno dijo las que hubiera querido oír el otro. Jules no preguntó dónde se habían quedado sus amigos el pasado fin de semana (dónde había dormido Fernando) y Tina no le preguntó cuándo tenía que venir de nuevo.

Y al colgar el teléfono notó como la noche de repente parecía haber dejado fría su habitación


E4. Nubes de verano

El olor de la viña un domingo por la mañana temprano, cuando apenas nada se mueve y hasta las nubes se detienen, perezosas, compensa tener que madrugar en un día de fiesta.

Tina, en el fondo, agradecía tener que trabajar hoy, aunque al principio no le hubiera hecho mucha gracia. Prefería no quedarse en casa dando vueltas y trasteando mientras dejaba escurrirse el domingo sin que llegara a ser nada más que el día que daba paso al lunes.

Así que, ya que tenía que ir a recibir la visita, decidió levantarse temprano para tener tiempo a dar un paseo tranquilo entre las cepas antes de su cita con los viticultores portugueses.


E5. Sin GPS

Durante las primeras horas del domingo el viento agitaba inmisericorde las cepas y Tina sufría temiendo que pudiera haber daños, pero fue amainando a medida que avanzaba la mañana hasta calmarse por completo.

Mientras recorría el viñedo, Tina iba repasando sus recuerdos de Fede, el enólogo desaparecido. Era un niño bien, sus padres tenían dinero y apellido, y Fede se comportaba como tal. No destacaba en nada, pero daba la impresión de que era eso lo que buscaba, como si quisiera ser invisible. Ni buen ni mal estudiante, vaqueros, chinos y camisas de cuadritos, el pelo ni muy corto ni muy largo...Y muy, muy tímido. Únicamente, en alguna fiesta de fin de curso o de navidad y después de pasarse con las copas, se soltaba un poco; pero poco. Por eso le comparaban con Koothrappali , el de Big Bang.

Fede fue de los primeros de su promoción en encontrar trabajo y, por lo que ella sabía, seguía manteniéndolo en el momento de su desaparición.

El ruido de una moto que subía por el camino de la viña sobresaltó a Tina que no necesitó levantar la cabeza de la cepa que estaba mirando para saber quien llegaba. Se incorporó para que la viera y esperó hasta que paró a su lado.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó Tina mirando a Jules quitarse el casco sin bajarse de la moto.

—No lo sabía, ha sido ella —dijo Jules golpeando la grupa de la moto con sus guantes— ella me ha traído. Ahora bien, explícame tú como es posible que salga de casa sin rumbo, con ganas de perderme y desconectar y miles de kilómetros después, acabe aquí un domingo por la mañana, en medio de una viña, junto a una Garona que no es la mía, y contigo, sin necesidad de GPS, ni de preguntar a nadie. Anda —continuó Jules—, si tú lo entiendes, explícamelo, porque la verdad es que no pareces muy sorprendida de verme.

Tina no contestó. Se acercó despacio, sin dejar de mirarle a los ojos y metió las manos entre su chaqueta motera medio abierta para apoyarse en sus hombros, inclinarse y besarle con suavidad en la comisura de los labios susurrándole:

—Tienes que aprender a vivir sin GPS, lo mejor está siempre fuera de ruta



E6. En busca del enólogo desaparecido (y casi desconocido)

Fede siempre había hecho lo que se esperaba de él. Había guardado en un cajón y cerrado con llave su personalidad para adoptar la que su padre quería. Cuando terminó la carrera y empezó a trabajar para la bodega de unos amigos de su familia, se vio obligado a vivir solo por primera vez en su vida, pero también, por primera vez en su vida, pudo vivir con independencia y sin tener que dar explicaciones de su tiempo o sus costumbres.

Salir de Madrid, conocer la realidad de la vida en el campo y comenzar a formar parte de ella, fue el abrelatas que sacó su alma en conserva.

Todo esto se lo había contado a Tina por teléfono una amiga común, María, una amiga de Tina que había sido testigo del cambio.

María y Fede se conocieron trabajando y, aunque no vivían en el mismo pueblo, quedaban y se veían con relativa frecuencia. Al principio lo hacían para consultarse dudas mutuamente, coincidían en su calidad de novatos como enólogos y en la de forasteros: eran unos recién llegados y todavía no conocían a casi a nadie.

El novio de Maria, que venía a verla a menudo, coincidió con Fede en su afición por la bici de montaña y por la cocina, por lo que pronto se hicieron amigos. Fede, María y su novio se convirtieron en el núcleo de una pandilla que se fue ampliando con gente de la zona y con los amigos de la pareja que venían a pasar los fines de semana aprovechando el espacio de la enorme casa que había alquilado Maria.

Tina colgó el teléfono después de quedar con ella para encontrarse el primer fin de semana que tuvieran libre y hablar del tema con más detalle. Le había quedado claro tanto la sincera preocupación como el cariño de María por este Fede desaparecido, que tenía muy poco en común con el que ella conoció.

Tina, por su parte, se estaba dejando llevar, no sabía muy bien donde, pero si con quien. Volvió a acurrucarse a su lado y levantó la copa para hacer un brindis:

—¡Por todos los misterios por resolver!, dijo Tina.

—¡Por que me dejes resolverlos contigo!, contestó Jules



(Continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario