miércoles, 20 de agosto de 2014

Entretiempos



A1.-Tina se agosta

A Tina no le gustaba nada agosto, nunca le había gustado.
Fuera donde fuera siempre se encontraba fuera de sitio, desubicada.
Sus amigos vagueaban desperdigados dios sabe donde y los pocos que quedaban por aquí no estaban disponibles, sumidos en el reencuentro de los amigos de infancia y de los familiares que volvían a las raíces en esta época.
La que ya consideraba su ciudad se volvía extraña, las barras de los bares eran otras y nadie parecía tener tiempo suficiente para perderlo con ella..
No quería irse a ninguna parte, odiaba viajar en verano, pero tampoco le gustaba quedarse en este territorio comanche de hombres en bermudas y camiseta de tirantes, alegrías verbeneras, fiestas programadas y broncas nocturnas.
Hasta la viña la dejaba sola. Los racimos maduraban sin necesitarla, se iban endulzando sin que pudiera hacer otra cosa por ellos que mirar las predicciones y temer las tormentas.
Miraba las postales veraniegas,convertidas ahora en fotos de FB. Miraba las fotos de los vinos viajeros, como este Piedra Roble que le había mandado Marijose desde Cuenca.
Languidecía.
Quizá por todo ello sintió una curiosidad especial cuando supo que alguien había alquilado el piso de al lado.


A2.-La magia está en tus manos

Tina había llamado a Laura para darle las gracias por las fotos de los vinos viajeros y se la había encontrado tristona por el fin de las vacaciones:
-No te engañes Laura,le dijo antes de colgar, todo lo que vas a dejar no es más que un decorado, lo importante lo llevas contigo. Tienes la magia en tus manos.-

Al salir de casa se encontró con el descansillo bloqueado con cajas de mudanza. La puerta de enfrente estaba entreabierta, pero no se veía a nadie y, como iba con prisa, no se entretuvo ni un minuto en averiguaciones y bajó como una exhalación las escaleras, chocando al llegar al portal con alguien que subía oculto tras un paquete en el que claramente se leía la palabra FRÁGIL. Como en una peli de cine mudo, titubearon, se estorbaron y giraron, siempre a punto de caer pero sin llegar a hacerlo, siempre con el paquete entre ambos impidiendo que se vieran las caras.

Tina se disculpó, ofreció una ayuda que no fue aceptada y salió a la calle pensando en lo torpe que era el encargado de las mudanzas...y la voz tan profunda y sexy que escondía detrás de la caja.

Tenía una reunión  para ir organizando la toma de muestras de uvas para vendimia y para catar, pero sobre todo para reencontrarse con el equipo que había vuelto ya de vacaciones: esas catacomidas en las que se ponían al día tanto de lo profesional como de lo personal las había echado de menos un montón estas últimas semanas.
Botellas y copas estaban preparadas y todos charlaban animadamente junto a la barra. Tina entró repartiendo abrazos y besos, los miró y les dijo a modo de saludo:

¡Vamos, saquemos el duende a estas botellas! ¡La magia está en nuestras manos!




A3. La madre del vecino

Tina no conocía aún a su nuevo vecino, pero se había hecho amiga de su madre, una señora simpática y vital que ocupaba el piso de su hijo, hasta que éste llegara, aprovechándolo para tomarse unas vacaciones de su tierra gallega, y de su casa, y conocer Zamora.
Tina se había ofrecido a hacer de cicerone y se lo estaba pasando estupendamente descubriendole las mismas cosas que le habían entusiasmado a ella cuando llego a vivir a la ciudad.
Iban juntas de vinos y disfrutaban comiendo pinchos, la enorme variedad de pinchos que inundaban las barras de los bares y que sorprendían siempre a los que llegaban sin conocer la riqueza gastronómica de Zamora.
A pesar de que se pasaban el tiempo hablando y se quitaban la palabra la una a la otra, Tina no había conseguido sacarle ni una sola información sobre su hijo, ni que era, ni que hacía, nada. Angelines se excusaba siempre diciendo:
-En septiembre estará viviendo frente a tu casa, ya tendrás tiempo de conocerlo y que te cuente él lo que quiera que sepas.


A4. Sin noticias de Jules

Ninguno se atrevía a preguntar a Tina por Jules y ella no era dada a hacer confidencias, pero todos le echaban de menos y, además, notaban que a Tina le faltaba luz, esa chispeante alegría contagiosa que tenía cuando estaba con él.

Tina también le estaba echando mucho de menos. Se había ido muy enfadado, aparentemente por una tontería, pero Tina sabía que el fondo era otro y que, aunque la discusión había sido a causa de Pepe, el sumiller infiel, realmente el enfado era porque Jules quería mucho más en su relación que lo que ella estaba dispuesta a darle.

Tina no sabía si estaba enamorada de él, ni si le quería o, simplemente, era un amigo con el que se divertía en la cama y fuera de ella. No sabía lo que quería.

Pero sí, le echaba muchísimo de menos. Llevaban varias semanas sin verse y ni siquiera habían hablado por teléfono. Tina se había sobresaltado cada vez que oía el teléfono o llamaban a la puerta, cada vez que una nube de polvo se levantaba en el camino de la bodega anunciando una moto esperaba que fuera él, que apareciera por sorpresa y cambiara el mes de agosto para ella. Ni había venido, ni la había llamado y Tina seguía odiando el mes de agosto.

Hoy, viernes, estaba dudando si irse a Madrid a pasar el fin de semana o quedarse en Zamora. Optó por quedarse.


A5.-Despidiendo agosto

Se levantó temprano dispuesta a despedir agosto sola, buscándose un buen rincón en el que tanto ella como el vino estuvieran fresquitos y nadie interrumpiera la lectura del libro que había comenzado la noche anterior.

Al salir de casa notó que el olor del descansillo había cambiado, estaba invadido por un olor muy masculino, mezclado con el de tabaco, se escuchaba sonar la música a través de la puerta de enfrente y supuso que su nuevo y misterioso vecino ya habría llegado a ocupar el piso.

Bueno, por fin terminaba agosto. Hoy el día estaría lleno de regresos, la semana que viene sería de reencuentros y también, posiblemente, de gente nueva o nuevas historias para comenzar.

En la vida las historias no se pueden releer, ni reescribir, pero siempre tienes la opción de empezar a crearte otras nuevas.



A6.-¡Llegó septiembre!

Ya estaba nerviosa, los días y las noches empezaban a quedarse pequeños para todas las cosas que tenía que hacer.

Como todos los años, septiembre llegaba como un torrente, impetuoso, fresco y vivo, cargado de actividad. Todo el mundo piensa que en las bodegas hay mas trabajo a causa de la vendimia, y es verdad, pero no sólo es a causa de la vendimia, también es la época de mayor trabajo comercial, de visitas y de la mayor actividad social de los vinos que se lían de fiestas y presentaciones desde ahora hasta final de año.

El trabajo de Tina estaba centrado en la viña, pero su vida en el vino y, después de atravesar el desierto agosteño, se estaba dejando atrapar con gusto por el caudal impetuoso de septiembre, lleno de llamadas y correos, de encuentros, abrazos y... vinos.



A7.-Tormentas

Tina se había pasado el día visitando la viña para tomar muestras y comparar los análisis después de una tormenta espectacular, pero que, afortunadamente, se había quedado en un despliegue de pirotecnia bellísimo y tan intimidante como sólo la naturaleza consigue llegar a ser.

A última hora de la tarde, cuando llegaba a casa cansada y soñando con una ducha, una copa de vino y una buena película, se lo encontró en el rellano, apoyado en el dintel, tan arrogante y atractivo como siempre.

Estaba claro que no la había oído subir la escalera, porque siguió mirando concentrado hacía la puerta de enfrente, que acababa de cerrarse, con la cabeza ligeramente inclinada y el ceño fruncido.
Sólo él era capaz de llegar sin avisar después de estar un mes sin dar señales de vida, esperarla como si tuvieran una cita y sin darle tiempo apenas a abrir la puerta y entrar en casa, sin saludos, ni besos de bienvenida, afirmar señalando el piso de enfrente con la barbilla:

Así que él ha sido la razón de que no te haya importado estar sin verme todas estas semanas...

Tina no daba crédito. Ni siquiera conocía aún a su vecino, había estado sola y añorando a este bordelés tan..., tan...con! Sí, tan gilipollas, que aparecía ahora de repente con un ataque de celos estúpido y absolutamente fuera de lugar .

Sí, ahora ya está totalmente claro: Jules ha vuelto.


A8,- Entre dos luces.

Tina no le contestó. Tiró el bolso sobre el sillón y se dirigió al frigorífico sintiendo su mirada clavada en la espalda, viéndole sin mirarle, notando la tensión que transmitían sus brazos cruzados sobre el pecho.
Abrió una botella de un verdejo fermentado en barrica que llevaba ya el suficiente tiempo en botella como para tomárselo muy en serio. Le apetecía un vino así, blanco, frío, pero, al mismo tiempo, intenso y carnoso, que dejara huella al pasar por su boca. Sirvió dos copas sin preguntar y le ofreció una al mismo tiempo que le miraba a los ojos. Jules descruzó los brazos para coger el vino y la siguió hasta la terraza. Apenas quedaba luz, pero el sol teñía las fachadas modernistas embelleciéndolas aún mas con sus matices.

Jules miró a Tina y pensó que el mes de agosto la había cambiado, era aún mas bella, tenía una serenidad y una determinación nuevas. Sintió que tenia la boca demasiado seca para poder decir nada y, después de levantar la copa en un brindis silencioso, bebió, junto con el vino, la calidez de ese atardecer en Zamora junto a ella.

Ahora no se explicaba como había sido capaz de sobrevivir un mes sin verla.



A9.-A la altura del corazón

Los ojos me quedan a la altura de su corazón, dijo Tina al llegar a la bodega, medirá algo mas de uno noventa.

Al salir de casa en este martes raro, después de un lunes de fiesta, se había encontrado por fin con su misterioso vecino. Creía que no se había translucido al exterior, pero mentalmente se había quedado con la boca abierta:¡qué hombre!

Un traje gris con una camisa negra, sin corbata, le envolvían como a un bombón al que se está deseando quitar el papel y dar un mordisco para ver si está relleno de licor o de trufa. Tina apostó por la trufa.

La barba de un par de días le daba un toque ligeramente canalla y el pelo, aún mojado por la ducha matinal, parecía oscuro y ondulado. Era como si se hubiera escapado de una sesión de fotos.

Ahora entendía la actitud de Jules del otro día, este hombre era un desafío andante y estaba viviendo frente a su casa, de hecho pared con pared en una de las habitaciones.

Carraspeo y esperó que no le saliera ningún gallo al presentarse, pero él se adelantó diciendo:

¡Buenos días, vecina, tenía muchas ganas de conocerte!





A10. El faquir
Vino a vino, Tina se daba cuenta ahora, había contado su vida al vecino misterioso.

Salieron juntos y la conversación fluyó como si ya se conocieran desde hacía tiempo. Y si, ahora se daba cuenta de que él se había pasado la tarde interrogándola hábilmente, y ella le había contestado sin problemas e, incluso, había puesto voz a algunos pensamientos que llevaban molestándola como moscas burreras durante todo el verano.

Tina, que no era una persona de muchas confidencias, ni siquiera con sus amigas, se abrió a este hombre guapísimo al que acababa de conocer y con el que compartía el rellano de la escalera: su vecino Juan.
Juan sabía escuchar, tenía una mirada serena y atenta, inspiraba confianza, desprendía seguridad y tanto su voz como sus palabras actuaban en el momento justo para dar un empujón cuando ella se quedaba en silencio.

El caso es que cuando se despidieron y Tina entró en casa, se sentía bien, relajada, como si de repente se hubiera quitado la mochila después de una marcha.

Por su parte, después de cuatro horas de conversación, Tina sólo sabe dos cosas nuevas sobre Juan, que le gusta el vino, pero que no tiene más idea de vinos que saber elegir unos cuantos, y que su voz y sus ojos son como los de un faquir, como un encantador de serpientes que ha conseguido destapar la cesta para que salga la serpiente y hacer que baile.

Dicen que, a veces, es mas fácil sincerarse con un desconocido, contar lo que nunca hemos dicho a nadie a ese compañero de tren al que acabamos de conocer y dejaremos al terminar el viaje.
Sin embargo a este desconocido tendría que verlo a diario.



Las vendimias de Tina


Ya sabéis que el trabajo de Tina no es de los que tiene en cuenta que existen los sábados y los domingos, los festivos se diluyen muchas veces y cuando llega la vendimia los fines de semana se borran directamente del calendario.


Tina aparece por casa apenas unas horas para dormir, ducharse y cambiarse de ropa, pero nunca la hemos oído quejarse y aunque tiene que estar cansada y cargada de preocupaciones no se le nota demasiado: Tina en vendimia está como pez en el agua.


Sin embargo lo que menos le apetecía cuando llegó a casa el sábado por la noche, con la ropa mosteando como si fuera un cesto de uvas maduras, exhausta y arrastrando los pies dentro de sus botas llenas de barro era encontrarse con su vecino Juan, recién duchado y vestido como para que bastara con verle moverse para poder pensar únicamente en quitarle la ropa, vestido para una caza nocturna incruenta .


A Juan, por su parte, le pareció que Tina estaba más atractiva que nunca, despeinada, con la cara manchada, la boca teñida del color de las uvas que habría estado probando todo el día y ese olor a tierra fresca y fértil con el que estaba inundando el hueco de la escalera. Se dio cuenta demasiado tarde de que llevaba un rato parado, sin hablar y recorriéndola con la mirada, haciéndola sentir incómoda e insegura y, cuando fijo la vista por fin en los ojos de ella, vio lo que no debía, vio que si se dejaba llevar por esa mirada tan profunda y tan limpia, tan llena de matices como las hojas del tempranillo en otoño, estaría perdido y no habría nada que no quisiera compartir, ni secreto que pudiera guardar: rompería la tapadera que su trabajo le exigía.


Por eso Juan dijo cuatro banalidades y salió disparado con la disculpa de que llegaba tarde a una cita, dejando a Tina con la sensación de que para un hombre como él nunca podría ser más que la simpática vecina de enfrente.



Tina y los amores de otoño.

Un día de lluvia había despedido el verano dejando olor a tormenta y ese aire mágico cargado de electricidad que empuja a dejarse llevar sin pensar mucho las cosas.
Tina adoraba el otoño. Ahora, porque en su trabajo es la época en que todo culmina y todo empieza. Antes, cuando estaba en la universidad, porque era la época de los reencuentros, de conocer a los nuevos, de ver como había cambiado el verano a los antiguos.
Las primeras noches frías y el deseo de sentirse arropada, las ganas de salir a cualquier hora, de tomarse los vinos a mediodía sin tener que buscar la sombra.
Conocer a los nuevos y ver como habían cambiado los antiguos.
Jules llegaría esta tarde. Con Juan se había encontrado anoche al volver de una cata y Tina se la fue contando mientras caminaban. Se estaba convirtiendo en costumbre que fuera ella la única que hablara, la que se abría ante el agudo sacacorchos del sutil interrogatorio de Juan
Tina le dijo que su vino favorito seguía siendo Lagarona, pero también le gustaba la frescura del Azul y, si pudiera permitírselo, sería una copa de Paredinas la que tomaría cada noche, despacio, desvelando los misterios y los matices, descubriendo la sensualidad intensa que esconde tras su aparente sobriedad...
Por como le ha ido cambiando el tono de voz da la impresión de que ya no es sólo en vinos en lo que está pensando Tina mientras habla, aunque, sabiendo la pasión que pone en todo lo que hace, con ella nunca se sabe






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