domingo, 17 de agosto de 2014

El misterio del Sumiller Infiel (2ª parte)



S7.-El arte de decantar y saber esperar.

Había tenido un mal día por eso, cuando llegó a casa, eligió con mucho cuidado la botella con la que se iba a premiar por haber mantenido la amabilidad y la buena cara con los clientes a pesar de todo, por haber seguido trabajando a pesar de todo.

Tenía que librarse de ceños y sombras antes de verla.

Procedió a seguir el ritual que el vino se merecía. Buscó su decantador favorito y comenzó a descorchar la botella despacio, sintiendo como la espiral iba penetrando suavemente, escuchando el quejido del corcho que se resistía a abandonar el cuello de cristal que lo alojaba, tratándole con mimo hasta que estuvo fuera. Luego lo acercó a la nariz con el miedo propio de no saber nunca que te vas a encontrar después de tanto tiempo. Inspiró lentamente y su cara se fue relajando hasta dibujar una sonrisa.

Vertió una pequeña cantidad en la copa y disfrutó del movimiento del vino desperezándose, de su olor a sueño y de su quietud antes de volcarlo en el decantador y limpiar su impoluta translucidez con todos los matices del rojo. Después de usado lo tiró sin pena y comenzó a jugar con el ángulo de sus muñecas para deslizar suavemente el contenido de la botella por ese cuello de cristal de bohemia que esperaba ansioso ser llenado.

No necesitaba la luz de una vela para saber hasta donde tenía que llegar, se detuvo antes de que los posos mancillaran la limpieza con la que quería disfrutar del vino y los desechó como un símbolo de todo lo que había acumulado a su pesar con el paso del tiempo.

Los años del vino y sus propios años esperando pacientemente este momento de estar a punto de querer y ser querido.

Dejó al vino solo para que respirase tranquilo. Se duchó y se vistió cuidadosamente y, sólo entonces, se sintió preparado para recibirla y saborear con ella, copa a copa, la llegada de la noche, la de un nuevo día, quizá la de una nueva vida.


S8.-Hazme un hueco

Cuando Jules empezó a quedarse en casa de Tina no quiso tener un vaso con el cepillo de dientes en su lavabo, ni un cajón en su cómoda, ni perchas en su armario: un hombre que está continuamente viajando está acostumbrado a llevar con él todo lo que precisa. O casi todo. Lo que Jules pidió fue un hueco donde guardar sus vinos. Había hecho una selección de sus favoritos y se los había traído en uno de sus viajes para tenerlos a mano cada vez que los necesitara. Como esta noche.

Tener la llave de su casa y compartir su cama, su sofá, su cocina, no quería decir nada. Nunca habían hablado de lo que estaban haciendo, de que sus viajes a Zamora eran cada vez más frecuentes, de la necesidad que tenían de estar juntos y de las horas que pasaban hablando por teléfono. No había promesas, ni compromisos, ni palabras de amor.

Jules sí que estaba seguro de lo que sentía, pero le daba miedo asustarla. Conocerla había sido un fogonazo que le había dejado tan deslumbrado que era incapaz de pensar en otra mujer que no fuera ella. Había corrido el telón a sus aventuras constantes y se sentía como un adolescente que descubre por primera vez el erotismo en una mirada, en un roce leve, en el olor de su pelo.

Tina sabía que para Jules saber que Pepe estaba pasando el fin de semana en Zamora, y teniendo en cuenta la fama de Pepe, sería una llamada ineludible para venir a marcar su territorio, aunque la disculpa que diera fuera conocer por fin al sumiller y ayudarle a recuperar su cuaderno de cata.

Por eso no se sorprendió cuando llegó a casa y se lo encontró allí. Estaba de espaldas, apoyado con las dos manos sobre la barra de la cocina con una tensión que marcaba todos sus músculos y mirando abstraído un decantador en el que el vino tenía el reposo que a él le faltaba.

Tina disfrutó mirándole con esa camisa a medio meter por el pantalón y con las mangas dobladas que dejaban ver el tostado de sus brazos y el brillo de su vello casi rubio y aprovechó el momento todo lo que pudo hasta que Jules se volvió con gesto felino, mirándola sin decir nada, acercándose a ella diciéndolo todo.


S9. Las catadicciones de Pepe: monólogo del sumiller infiel.

-Nunca me he casado, ni he vivido con nadie, porque la idea de amar a una mujer única era como la de condenarme a beber de un solo vino teniendo ante mi una bodega espléndida: algo sencillamente impensable.- dijo Pepe mirando abstraído su copa.

Tina y Jules sabían que realmente no estaba hablando para ellos sino consintiendo en dejarles estar allí mientras le brotaban los recuerdos.

-Cada vez que descubría un vino que me impresionaba no podía evitar relacionarlo con una mujer y acabar enamorándome de ella. Comenzaba por mirarla con otros ojos, pasaba a su lado respirándola y sólo podía pensar en cómo sabrían sus besos, que matices escondería su piel y en ir buscando las palabras que compusieran su bouquet y reflejaran las sensaciones que se desplegaban en mi boca.- Pepe se detuvo para dar un trago ligero a su copa.
-Y yo era solo para ella... mientras estaba con ella. Reservaba cuidadosamente el tiempo necesario para que no hubiera prisas, ni preocupaciones, ni teléfono. Amaba con tanta intensidad que todo se borraba alrededor y para mi nada tenía cabida a nuestro lado. A veces ella era real, a veces no.-

-Mi natural metódico, que me había llevado a complicar las fichas de cata hasta el barroquismo, me empujó como un duende malo, a comenzar a hacer lo mismo con ellas: sabores, olores matices, texturas...anotar cada nuevo descubrimiento para no olvidarlo nunca.

Y ahora pienso:¡qué locura!, pero ¿cómo me dejé atrapar de aquella manera?

Me convertí en un catadicto, siempre buscando la palabra adecuada como una droga, buscando diferencias imperceptibles sólo para poder describirlas.-

Pepe estaba tan nervioso que Tina y Jules no eran capaces de seguirlo muy bien, pero no querían interrumpirle, preferían que fluyera todo lo que llevaba dentro, lo que nunca había contado a nadie.

En definitiva era su secreto, confiado al cuaderno robado, lo que tenía que recuperar junto con la cordura.

El envío de la foto les había desvelado la posibilidad de un desafío o una venganza: un hombre o una mujer eran las dos personas posibles. Y ellos ya sabían sus nombres.


S10.- Y usted, ¿qué nos recomienda?

Él era un capullo pedante que solía ir al restaurante exhibiendo algún maniquí parlante del que colgaban ropa y complementos de marca, uno de esos clientes habituales de menos de cuarenta que se creen obligados a tener una pareja con la que salir a cenar a sitios de moda para ver y ser vistos. Su afición por los vinos y la gastronomía seguía la misma pauta. Presumía y discutía, carta en mano, con el sumiller, con Pepe, y le trataba con una familiaridad unívoca. Pepe, naturalmente, le hacía quedar bien,alababa sus elecciones y aguantaba sus impertinencias con la sabiduría y la experiencia de años de servicio. A ellas, a las acompañantes de la tribu Olbrán, les daba absolutamente igual lo que tuvieran en una copa o un plato que apenas probaban.
Pero aquel día Pepe se quedó absolutamente extasiado ante la mujer que se sentaba a la mesa, ¿cómo podía ser que semejante mujer estuviera en la misma mesa que semejante gilipollas?
A ella la había visto cuando entraba, él y el resto del restaurante, pero precisamente por estar tan pendiente de ella no se había dado cuenta de quien la acompañaba. Se acercó con la carta de vinos y se la entregó, casi se la dejó arrebatar, por él, que se dispuso a llevar a cabo la exhibición habitual mientras ella miraba divertida. Después de unos minutos de recorrido por denominaciones españolas y foráneas y recital de valoraciones de añadas ella interrumpió con delicadeza y una sonrisa dirigida directamente a Pepe, el sumiller:
- Y usted, ¿qué vino nos aconseja? ¿cual sería él que nos acompañaría mejor durante la cena?

Pepe la miró y no tuvo ninguna duda del vino tomaría con ella, ni tampoco del vino que elegiría para que compartiera esta noche con el otro, ni del que la recomendaría para que disfrutara sola.


S11.-Tina no escucha y Jules no sabe leer las catas.

-¡No me lo puedo creer! ¡No acabo de entender como estás llevando este tema!
- Y yo no entiendo qué es lo que no entiendes. Será el idioma.
- ¿El idioma?, ¿me tomas el pelo?. Lo que pasa es que al final a ti siempre te domina la pasión por tus amigos y en ellos no ves defectos, todo lo que hacen tiene alguna explicación, todo lo justificas. Con otro cualquiera no hubieras escuchado callada todas estas historias de catas de vinos y catas de mujeres.

Tina estaba sentada, medio acurrucada en el sofá, viendo como Jules se movía hablando y gesticulando cada vez más alterado. La verdad es que no estaba escuchándolo todo el rato y había perdido el hilo ya un par de veces: ¡se ponía tan guapo cuando se enfadaba!
Jules había llegado quejándose del calor y quitándose la camisa para ponerse una camiseta negra que parecía encantada de dibujarle con detalle. El contínuo movimiento de los brazos, el tic de echarse hacia atrás el pelo con la mano y la imposibilidad de estarse quieto ni un minuto estaban regalando a Tina un recital de los músculos de Jules vistos desde todos los ángulos.

Él, de repente, se paró y se volvió hacia ella:
-¡No me estás escuchando!.-
- Yo no estoy en ese cuaderno, Jules. -contestó Tina
-¿Como lo sabes? , dijo Jules, él nos ha dicho que hay catas imaginarias, catas de mujeres a las que conoce pero con las que nunca ha estado, ¿como sabes que tu no eres una de ellas?
- ¡Acabáramos! Así que,en definitiva, eso es lo que te preocupa, no que yo no tenga una reacción de feminismo absurdo porque aplique sus conocimientos de cata a la sensualidad que le inspiran las mujeres que le gustan. Dime, ¿qué tiene de malo?. Para mi no es ofensivo que en vez de decir que una mujer huele bien, diga a que huele y sepa describirlo.

Lo que Tina no dijo a Jules es que, a raíz de esta historia, ella ya había hecho mentalmente su ficha de cata, aunque no tenía ningún inconveniente en repetir, de hecho...
-¡Tina! No se que te pasa esta tarde que estás tan distraída... Te decía que lo que no acabo de entender es para que quiere ese cuaderno quién lo tenga.

-Si se lo ha robado el otro sumiller, lo querrá para tener las notas y las fichas de cata, que son muchas y buenas, e imagino que no se esperaba encontrar las otras.- dijo Tina, volviendo al tema del cuaderno muy a su pesar.- Y sí lo tiene ella, que es lo más probable, lo habrá robado porque seguro que había conseguido verlo, simplemente por curiosidad, y, cuando descubrió lo que había, quiso tenerlo y saber más, saber a cuántas mujeres había creído Pepe dignas de ser incluidas antes que ella.
Quizá podría querer enviar copias a las otras y eso pondría a Pepe en un serio compromiso tanto personal como profesional.

-Pero, aunque recuperemos el cuaderno, cualquiera de los dos que lo tenga puede tener hechas copias, o incluso pueden haberlas enviado ya, ¿no te parece?...-dijo Jules.-
-No, yo no creo que sea eso lo que le preocupe a tu amigo Pepe, tiene que haber algo más, ese cuaderno tiene que esconder algo que no nos ha contado. Y yo no pienso seguir adelante sin saberlo.-remató Jules, dando el tema por zanjado y sintiéndose mas que preparado para dejar que Tina le explicara en que consistían para ella las catas sensuales, porque a él no se le daba muy bien eso de leer entre líneas.

(¿Continuará?)




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