sábado, 6 de diciembre de 2014

El caso de las sonrisas tristes (ST 20-ST23)


ST 20.-El influjo del reflejo de la luna

Condujo toda la noche sin parar más que para tomarse un café y cambiar de coche en el punto concertado. Era una paliza, pero prefería conducir, evitando dejar rastros por los aeropuertos. Además le relajaba mucho viajar solo, poner música y dejarse llevar por ella.
Dejó aparcado el coche justo detrás de los camiones en el inmenso parking del área de carretera. Fue a la barra, pidió también un bocadillo con aspecto gomoso y preguntó al camarero si de casualidad tendría algo para el dolor de cabeza o si tendría alguna farmacia de guardia cerca. Al tiempo que el camarero le decía que no, un tipo con aire bonachón se acercó a ofrecerle una pastilla, mientras discretamente le deslizaba en el bolsillo de la chaqueta las llaves del coche de relevo que le estaba esperando.
No había avisado a Tina de su llegada y podía encontrarse con la desagradable sorpresa de que ella se hubiera ido de fin de semana. O que estuviera con alguien. O que estuviera con Jules.
Tina no tenía porqué cambiar su vida ni siquiera si decidía dejarle formar parte de ella, incluso si lo hacía, tendrían que mantener una cierta distancia de seguridad y, por supuesto, los dos pisos. Pero…¿qué estaba pensando? 
La luna llena que iluminaba el Duero cuando por fin llegó a Zamora le debía de estar afectando para pensar en vivir con una mujer con la solo se había besado una vez.
A duras penas se mantuvo despierto mientras se daba una ducha antes de dejarse caer en su cama y dormir tan profundamente como no recordaba haberlo hecho desde hacía años.
Despertó desorientado, ubicándole la fachada modernista del edificio que estaba frente al suyo y que veía a través de la ventana de su cuarto. Era casi mediodía.
Chequeo su correo sin levantarse de la cama, asegurándose de que todo seguía en orden y podía disfrutar de unos días libres.
Y decidió no llamar a Tina.
Decidió dejar que fueran el azar o ella los que decidieran el encuentro.




ST 21.- Dando vueltas a la hoguera.

Dejar que fueran el azar o Tina los que decidieran el encuentro, cuando compartían el rellano del mismo edificio, era fácil y bastante infantil, era tanto como decir: no quiero forzarte a verme, pero no te va a quedar otro remedio.

Aún teniendo días libres Juan debía mantener una serie de rutinas de trabajo y no podía dejar de hacer, al menos, media hora de entrenamiento, así que, no sin esfuerzo, salió por fin de la cama y se dispuso a cumplir con todas las tareas lo antes posible para poder salir a correr un rato.

Tina había madrugado para dar una vuelta por la viña y disfrutar del brillo de la primera helada. Vio como las visitas entraban y salían, se acercaban hasta las cepas para probar los racimos que colgaban solitarios después de haber escapado a la vendimia. Uvas dulces a las que ya quedaban pocos días. Sarmientos desnudos listos para ser podados y alimentar hogueras. Fuegos purificadores tan tradicionales en estas fechas. Corros para compartir castañas, ritos en los que no faltaban el cordero y el vino.
No era mala idea organizar algo con todos los ingredientes para hacer que esta noche de luna llena tuviera la magia que pedía la fecha.



ST22.- Confesándose con Yago

Tina necesitaba hablar con alguien, tenía que poner en limpio sus emociones o iba a volverse loca, así que se fue a casa de su mejor amigo, su confidente, Yago.
Se lo encontró inmerso en su último proyecto y había convertido en mesa de trabajo toda la habitación.
Yago era guapo cuando estaba callado y quieto, como para hacerse una foto, pero cuando empezaba a manejar todas sus armas de seducción, cuando hablaba y cuando miraba, era muy difícil centrarse en la conversación para cualquier persona que no fuera Tina, que le conocía demasiado y le quería casi como a un hermano.

Yago sacó una botella de vino, sirvió dos copas y se dispuso a escucharla en silencio. A los dos les pasaba lo mismo cuando tenían problemas, necesitaban ser oídos por el otro para ver las cosas más claras.

Se llama Juan-dijo Tina-no se exactamente que edad tiene, cerca de cuarenta calculo, uno noventa y algo, muy, muy atractivo. Bueno, ya lo conocerás. Es el vecino del que ya te había hablado, el misterioso, el que va y viene porque tiene un trabajo que le obliga a viajar mucho.
-El vecino por el que estás colada desde el primer día que le viste-dijo Yago-. Y te asusta lo que sientes.
.


ST23.- No hay sábado sin sol...

Correr era para Juan bastante más que mantenerse en forma, hacerlo junto al Duero le parecía un regalo, uno de esos placeres cotidianos que la vida le había enseñado a apreciar tanto.
Vivir siempre caminando por el filo, tener que sumergirse en el fango para sacar cosas en limpio, la peligrosa adrenalina que sentía cuando estaba expuesto al riesgo, necesitaban la purificación de correr hasta agotarse, romper la niebla empujándola con sus hombros y disfrutar de los reflejos de la ciudad sobre el rio entre dos luces.

Tina salía a la calle medio dormida, con la pereza de las mañanas de sábado. No estaba preparada para encontrarse con ese pedazo de hombre que llegaba corriendo con la camiseta pegada por el sudor, como una provocación a cualquier intento de razonamiento. Ella se quedó sujetando la puerta para dejarle entrar y él entró al portal absorbiéndola entre sus brazos como un tornado. Se quedaron allí, quietos, abrazados, sin hablar, bloqueados por la intensidad de las emociones que estaban sintiendo.

Rita, la anciana que vivía en el primero, se quedó mirando con ternura a la pareja mientras arrastraba el carrito sigilosamente por el portal, de vuelta del mercado. Amor y pasión, eso es lo que cuenta, pensó, lástima que a veces sea demasiado tarde cuando lo aprendemos.



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